¡Vaya que es un drama de la vida abrir los baúles llenos de tiernos amores dormidos y, al no querer hacer ruido, es cuando se despiertan y se levantan enormes, alimentados por el silencio de los tiempos…!
Así son las historias cuando se revelan sin estar escritas: como una moneda que gira mostrando más caras de las que crees que tenía.
Llevo horas intentando poner en orden las ideas y me ha costado mucho más trabajo que de costumbre. Quizá se debe a que no fue cualquier evento, ni cualquier persona, ni cualquier historia… un sueño tocó mi piel y se volvió mortal, justo como les pasa a las gotas que caen de las nubes para tocar presurosas el suelo.
Anoche me senté frente a ti en el sillón y escuché tu parte de la historia, porque querías contarla, porque querías hacerme (nuevamente) parte de ella. Yo sólo te observaba, recorría con mi mirada tus gestos y el movimiento de tus ojos, como brillaban al recordar y como tu piel se estremecía con tu propia voz, mencionándome.
Estuve inmóvil durante un largo rato. Recuerdo haber sentido que al ver tus ojos humedecerse, los míos comenzaron a hacerlo también; empatamos muchas las vivencias, dimos cuenta de la conexión que se había quedado pendiente ahí, en esa parte de la vida. Me imaginé un cordón entre los dos, tan largo como las circunstancias que nos separan, tan invisible como el tiempo que nos faltó, pero tan permanente como el destino que nos puso ahí, frente a frente.
Durante un momento te detuviste y me preguntaste porqué pasó lo que pasó, y me reí nerviosa, sabía que algún día lo preguntarías. Era cuestión de honestidad, decirte que te sabía un niño a pesar de tus 18 años no me fue nada fácil, que no me quería sentir responsable de cargar tu futuro en mis manos tampoco lo fue. Eras tan bellamente incorruptible, decías haber dejado tu vocación por mí… me confesaste todo lo que eras capaz de hacer sólo por mí (y me sentí como la mujer más especial en tu mundo).
Luego, más historias, todas entretejidas, todas (según tú) relacionadas conmigo: sucedidas por tantas noches, por desvelos, por tantas mujeres, por todos tus excesos.
Las palabras se quedaron de lado, en su lugar vinieron la piel y la música, los sueños rotos sobre la alfombra y tu espalda que los detenía para no caer de lleno sobre mí. Tus brazos me aprisionaban por completo; era más de lo que me imaginé alguna vez. Tu cuerpo me hablaba en un lenguaje que no conocía, pero que aprendí gracias a la maestría de tus dedos sobre mi espalda. Pasó el tiempo que tenía que pasar rodeada de ti, respirándote, sintiéndote.
Amanecí pretendiendo que era el día anterior, pero el sueño de esa madrugada aún se hacía presente. Algo comenzó a hacer un ruido cada vez mayor, era tu voz preguntándome:
-¿Qué se hace luego de tener algo que añoraste por tanto tiempo?- no pude responder porque lo mismo preguntaba yo.
La voz se convirtió en eco…
No cambio ese instante por nada, no cambio tu mirada llena de antaño ni por un segundo de la santidad que te imaginaba.
Ya no te quiero mi santo, te prefiero de tierra, te quiero así, una vez, pero mío. Como debió ser, sabiéndonos humanos, de carne, de huesos, de dolores y de llantos...
Así son las historias que quedan en el tintero, ahí se quedan envueltas en papel, con algunos garabatos puestos por el tiempo, que después de recordar, aún me enseñan que sigo viva… que la vida aún me tiene en sus manos.