El principio de todo, quizá, fueron unos brazos que se abrieron en una noche fría de aquel enero.
O, sin darme cuenta, comenzó cuando mis ojos miraron los suyos fijamente, sin evadirlos como solia hacerlo cada vez que lo tenía frente a mí, por no saber qué podría encontrar en ellos.
El trayecto recorrido por sus dedos que no tenían prisa en reconocer pequeños rincones antes inexistentes para los dos.
Un espacio que se recortaba por la proximidad de sus labios, sintiéndose cada vez más cerca de los míos.
Sus miradas bailaron acompasadas y más caricias llegaron a su fiesta en el momento oportuno.
La noche se fue para dar cabida al ritmo de su respiración, porque sólo podían oir eso.
Falta tinta para escribir lo que pudo suceder...
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Eroticamente desconcertante pero apasionador