En las calles, apenas tocando el pavimento, van rodando las sonrisas que algún día dejamos tiradas, olvidadas a su suerte o a su infortunio, teniéndose unas a otras.
Se tropiezan de vez en cuando con aquellos suspiros largos y melancólicos que cruzan de una acera a otra haciendo pausas esperando que algún automóvil los arrolle sin piedad, para acabar con el tormento de la eterna espera por el amor que nunca fue... aaah...
Los automovilistas son precavidos, no por los suspiros incautos, sino por los corazones grandes y rojos que se ven ir y venir con pasos apresurados, con los ojos desorbitados por las pasiones que se mueven cadenciosas frente a ellos, y por eso chocan unos contra otros, porque no se ven, ni siquiera oyen el bullicio...
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