Pausa


Momento silente,
la luna expectante.
Eternidad.
Ocurrencias


Se me ocurre una ocurrencia. No es nada genial, sólo algo que sale de mi cabeza, baja hacia mis ojos -éstos se mueven como buscando respuestas- y la ceja se arquea. Luego pasa por  mi garganta, pero ésta no quiere emitir sonido alguno -porque su turno laboral ha terminado y se rehusa a trabajar horas extras-. La indignada ocurrencia se dirige a los brazos, pasa por los codos, llega a mis dedos y... y...

¿¿¿Qué diantres iba a escribir???
Preámbulo a las instrucciones para dar cuerda al reloj

"Piensa en esto: cuando te regalan un reloj te regalan un pequeño infierno florido, una cadena de rosas, un calabozo de aire.

No te dan solamente un reloj, que los cumplas muy felices, y esperamos que te dure porque es de buena marca, suizo con ancora de rubíes; no te regalan solamente ese menudo picapedrero que te atarás a la muñeca y pasearás contigo.

Te regalan -no lo saben, lo terrible es que no lo saben-, te regalan un nuevo pedazo frágil y precario de tí mismo, algo que es tuyo, pero no es tu cuerpo, que hay que atar a tu cuerpo con su correa como un bracito desesperado colgándose de tu muñeca.

Te regalan la necesidad de darle cuerda para que siga siendo un reloj; te regalan la obsesión de atender a la hora exacta en las vitrinas de las joyerías, en el anuncio por la radio, en el servicio telefónico.

Te regalan el miedo de perderlo, de que te lo roben, de que se caiga al suelo y se rompa.

Te regalan su marca, y la seguridad de que es una marca mejor que las otras, te regalan la tendencia a comparar tu reloj con los demás relojes.

No te regalan un reloj, tú eres el regalado, a tí te ofrecen para el cumpleaños del reloj."

                                                                                                              Historias de Cronopios y de Famas
                                                                                                                                              Julio Cortázar

Mi sala de espera favorita...

A falta de...

La inspiración se fue por el momento.

Estaré esperándola a ver si se digna volver más tarde, quizá mañana. Mientras, las letras se ponen inquietas dentro de mi cabeza, tratando de encontrar un orden que parece más bien desorden.

Pongo cara de mujer pensativa: sólo pienso en la nada y lo encantadora que es.

Luego, algo dentro de mí sugiere que mejor ponga muchos sueños en los recovecos de este espacio, producto de mi personal microcosmos. Me dispongo a dormir, porque duermo para soñar.

Aparece una serie de sueños en cadena, rodeados de pequeños fuegos artificiales: un libro, un amor, un destino, un viaje, un beso, una flor, un hijo, una mascota, un espacio personal, un árbol, una evolución, una transformación, un mucho de música, un tango con alguien, un sin fin de noches de luna llena...

pd. No me di cuenta, parece que la inspiración regresó acompañada.
Un crónica onírica
La música empezó a girar por el cuarto al ritmo acompasado de un piano sin prisas. Por instantes, la tranquilidad se instaló cómodamente en mi cama para verme y sonreir mientras yo intentaba terminar un ensayo sobre los sueños del hombre.

El ambiente siguió llenándose de notas que ahora desprendían un olor a jazmín y a notas verdes, y me abrazaban como queriendo adueñarse de mi. Con una mayor fuerza comencé a aspirar el suave aroma, procurando no perder ningún detalle del mensaje que me daba, tan relajante y a la vez perturbador.

Sin perder detalle de la música que continuaba dando vueltas, dentro de mi pecho sentí un delicado golpe... dos... tres... Los golpes se convirtieron en compases y todo mi cuerpo comenzó a vibrar. Era tan agradable, tan sutil. Era como una caricia que me recorría siguiendo el curso de la sangre, yendo por todas mis venas. Me percaté que esa energía comenzaba a salir por cada uno de los poros de mi piel y me hacía estremecer.

La habitación comenzó a sentirse ambar. La luz bajó de intensidad como si estuviera siguiendo el ritmo cada vez más lento de aquella música que se había apoderado de todo el espacio.

Ya no era yo ahí. Era una más de las hojas que se iban volando con el viento y que se movían con el pulso del cosmos. Ahí estabas también tú, girando y flotando en mi, conmigo. Creí sentirte como una espiral alrededor de mi cuello, luego bajando como una onda tibia por mi torso y mi espalda. Sin hacer una sola pausa, me sentí girar como un remolino, grabando las paredes que se topaban por mi paso con símbolos extraños, inintelegibles.

Al abrir los ojos, sentí su respiración junto a mi oido... no me preguntes quién era o a qué venía. No recuerdo ni su rostro, ni su color de piel. Sólo sé que era un hombre antiguo, de esos que viajan a través de los milenios dejando historias a su paso, música por doquier, sueños en el aire, tiempo entre sus dedos.