-No, creo que no me alcanza...- pensé, mientras mis ojos se movían lentos viendo mi mano apretarse.
Revisé una y otra vez mi bolsillo. En él solo me quedan veinticinco años de historias juntos, desde la infancia hasta la última noche de agosto.
Vacié el pedazo de tela para ver qué más podía encontrar y cayeron sobre la mesa aquellas risas de las tardes de sábado, las miradas de sus ojos grandes, las escapadas en el vocho a lugares inesperados. En aquella mochila vieja aparecieron las llamadas y mensajes de media noche, esas que atesoré sin contarle a nadie porque solo eran mías y me recordaban lo feliz que me ponía con solo escuchar su voz. En la bolsa lateral me di cuenta que estaban aquellas visitas de trabajo en las que lo acompañé sintiéndome la mejor vendedora del mundo.
Busqué en el cajón y ahí encontré el beso que me robó, las tardes que compartimos en la universidad fumando cigarrillos y aquellas salidas momentáneas en las que dábamos vueltas en su carro cuando necesitaba fugarse de la realidad. Y qué decir de las canciones, esas que nos dedicamos como si fuéramos chiquillos; aquel mariachi que me llevó al balcón de la casa y que me hizo sentirme como una reina.
-No tengo más. Es lo que tengo para darte, eso más el amor que crece minuto a minuto, aunque no sé si eso valga. Una vida para darle, sueños, años, sonrisas...- me dije desesperada mientras una lágrima caía por mi mejilla.
-Ojalá me alcanzara todo eso para tener una vida contigo, pero parece que no es suficiente.-
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