La noche que era mía
Yo no entiendo por qué la gente me insiste que me olvide de la noche, que deje de pensar que es para mí. Lo que tengo por seguro es que en lo último que pienso de noche es en dormir...

Le doy vueltas a las ideas y me doy cuenta que el silencio está ahí para acompañarme, pero solo de noche. De día hay ruido, todo se mueve. La quietud de la noche me deja escuchar mejor mis latidos.
Incoherencia con sabor a insomnio
Quisiera hacer una hilarante reseña del por qué se me ha ido el sueño o, peor aún, del terrible hecho de haberme dado cuenta de que he caminado por las calles adoquinadas junto a mi mayor idealización. 

¿Que qué tiene que ver una cosa con la otra? ¡Por dios, abrase visto mayor obviedad! Que me ha robado el sueño, sí, él. O quizá fue la vida perfecta que había construido en mi propio universo la que me deslumbró al grado de dejarme en el insomnio de esta noche... no lo sé.

¿Reír, llorar o dormir? Ese es el dilema. Seguramente mañana haré un chiste o dos de lo que ha pasado hoy: del coraje que sentí al verlo caminar hacia mí con su cara de tristeza, por su inútil intento de tomarme de la mano, el de abrazarme a media calle entre las luces de la ciudad. El tercer chiste quizá lo armaré con aquellas promesas de vernos en vacaciones o con la cuenta que llevaba de los dos años que han pasado desde que lo vi en aquel aeropuerto, tiempo que ahora me parece un limbo.

Escribiré algún librito para las chicas incautas, aquellas que depositan sueños y esperanzas de amor en la caja fuerte del tiempo, recargadas en sus ventanas viendo las nubes pasar. 

¿Y qué tienen en común los párrafos anteriores? Mi falta de cordura en plena madrugada.