Hablo del pasado, de ese pasado donde las palabras parecían salir de los muros ennegrecidos por los recuerdos, aquellos que no tuvimos, pero creímos tener.
Ya me parece que saliste como una sombra descolorida de ese pasado del que hablo y pretendiste darle color al viento, pero las sombras no dan nada, ni color, ni abrigo, ni luz... nada.
Y aún así, entre los instantes, te metiste en mi cabeza como una maraña de pensamientos que no eran eso, sino voces, voces que buscando cobrar vida, sutilmente penetraban -lentas, hipnotizantes- mi mundo de sonidos y, de día, solo creía que era un inocente sueño y, de noche, se volvían las más dulces pesadillas.
Así me pasaron los cuatrocientos días y las cuatrocientas noches, creyendo que mi música era tu voz y tu música eran mis palabras, pero (...) el tono equivocado me hizo despertar para abrir los ojos y ver que nada de eso era lo suficientemente real.
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